La tumba de Botticelli
Me bajé del tren desde Nápoles y por fin llegué a Florencia. Mi hostel, un antiguo convento, aún estaba en remodelación. Al atravesar el primer patio, rodeado de columnas y con pinturas originales en las paredes, no entendía muy bien en dónde me estaba metiendo. A medida que avanzaba siguiendo las direcciones que me habían dado en la recepción, me encontré con una cocina enorme, donde un gran tablón ocupaba un amplio espacio e invitaba a compartir con otros. El espacio estaba renovado, pero los vestigios de lo que alguna vez había sido seguían ahí. Seguí caminando hasta llegar a mi habitación y comprobar que efectivamente era un hostel. Ese primer encuentro me dejó pensando en cómo los espacios se renuevan: todo pierde el sentido original para cumplir una nueva funcionalidad, pero las energías quedan, dando cuenta de lo que alguna vez fue. Salí a caminar sin rumbo fijo y, a pocos pasos de la salida del convento-hostel, me encontré con una iglesia. Decidí entrar, como si no me hubiese d