Dame una flor y mil historias de vida
Me contaron que su hijo tenía una personalidad salvaje, libre, a pesar de ser
muy chico de edad, y por eso, siempre lograba sorprenderlos. Les pregunté si en
eso se parecía a los padres. Ya sabía la respuesta. Los dos sonrieron al contestar
que si.
Su próximo objetivo era viajar a Argentina porque “no podía
ser posible que su hijo no conociera a sus abuelos argentinos”. Me imaginé
todas las historias que iba a poder contar ese hijo. Todas las aventuras que
iba a vivir sin siquiera darse cuenta de que las estaba viviendo.
Después de charlar un rato y darles algunas monedas, siguieron su recorrido ofreciendo flores y pulseras a la gente de la plaza. Yo
terminé de comer mi factura y guardé la flor que con tanta paciencia él había
armado. Y me quedé pensando… Me quedé pensando en la cantidad de argentinos que
hay distribuidos por el mundo con historias tan distintas. Me quedé pensando en
cómo dos personas que viven en dos puntos diferentes del planeta pueden
encontrarse y decidir ir en una misma dirección. Me quedé pensando en que no
sabía ni sus nombres y que probablemente nunca los iba a volver a cruzar, pero
me habían resumido su historia de vida en unos pocos minutos. Me quedé pensando
en la historia que hay detrás de cada persona con quien nos cruzamos en nuestro
camino y en la cantidad de veces que no conocemos ese relato. Me quedé pensando
en lo entretenida que sería la vida si nos abriéramos mas a escuchar esas
historias. Con sólo escuchar se abre un
mundo de posibilidades infinitas y se entrelazan, aún más, los personajes de
cada relato. Cada persona con quién nos cruzamos deja una huella. Así como de
forma imperceptible nosotros podemos impactar en otros.
Si un día decidiera armar un libro con los relatos de gente con quienes me
crucé en la vida… ¿Qué diría tu historia? ¿Qué es lo que te gustaría contar?
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