Los cocos

En Los Cocos (Argentina) hay un laberinto. Creo que es uno de los laberintos más lindos que recorrí, o quizás, así lo conservo en mi memoria. Recuerdo haber ido algunas veces cuándo era más chica y cada vez parecía ser la primera, nunca me acordaba bien cómo era. Entre las plantas se esconde un diseño que está bien cuidado y es un desafío tanto para chicos como para grandes. En el centro, se puede acceder a una plataforma circular más elevada desde la cuál se puede observar todo el diseño del laberinto y hay un puente para llegar a la salida.
La última vez que fui, en 2019, me acompañaron mi hermano, mi papá y mi ahijado. Cada uno realizó su propio recorrido por el laberinto. Mi hermano fue el primero en llegar al centro, desde donde podía observarnos a todos tratando de encontrar la dirección correcta. Yo fui la segunda en llegar, no recuerdo si logré encontrar la salida sola o pedí ayuda. Una vez que estábamos los dos arriba, guiamos a mi ahijado, quien llegó en tercer lugar. Y, por último, mi papá, cansado de buscar la salida sin encontrarla, decidió pedir ayuda a través del GPS de su celular. Todos llegamos, a nuestro tiempo y pidiendo más o menos ayuda, pero nos reencontramos.

A veces, siento que mi cuerpo es un laberinto con escondites secretos, atajos y caminos sin salida. Reconozco distintas partes de mí haciendo su propio recorrido en lo que soy. A veces, me identifico con ese personaje que llegó primero al centro y desde allí puede guiar a las demás. Otras veces, me siento esa que no logra encontrar el camino correcto y se la pasa llegando a callejones sin salida. Algunos de mis personajes internos se desesperan y les genera ansiedad no encontrar el camino. Otros, miran con indiferencia a esos que ya llegaron arriba y no les preocupa el destino. Muchos empiezan a buscar herramientas y atajos para lograr el objetivo. Y unos pocos, se comienzan a preocupar por la inminente llegada de la noche y la posibilidad de pasarla en el laberinto.
Los de arriba, a veces deciden ayudar y guían a los personajes perdidos. Otras veces, consideran que es justo dejarlos hacer su recorrido libremente y se sientan a observarlos, con atención o con indiferencia. Entre ellos charlan, conversan sobre lo bien/mal que lo hicieron y sobre lo que harán después.
Voy saltando de personaje en personaje, variando las circunstancias y emociones hasta que todos llegan al centro. Y recién ahí, se pueden poner al día, compartir lo que están sintiendo y comentar como fue su recorrido. Se encuentran, todas esas partes que conviven en mí, se encuentran.

Está bueno pensarse compleja cuál laberinto, con miles de caminos internos por recorrer. Está bueno reconocer los distintos personajes que transitan nuestros caminos. Me tranquiliza saber que, el hecho de saltar de uno al otro constantemente, no significa otra cosa que la afirmación de que estamos en movimiento, tratando de encontrar la salida.
Por momentos, logro ser los de arriba que saben entender la situación y sugerir caminos. Por momentos, soy esos de abajo, que se encuentran solos y perdidos probando alternativas sin saber exactamente a donde ir. Sólo cuando llegan todos mis personajes al centro puedo reconocerlos en armonía, sin miedo a que alguna parte mía siga perdida en el laberinto. Y en ese momento, podemos darnos un abrazo y decidir cuál será el próximo laberinto por recorrer.

No es que sea fanática de perderme, es que me entusiasma el momento de encontrarme.


Te/Me pregunto

¿Alguna parte tuya quedó perdida en algún laberinto?

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