Ascensor

Me desperté sin recordar que había pasado antes, no sabía cuáles fueron los pasos exactos que me llevaron a estar contemplándome en el espejo de un ascensor. Estaba solo, el ascensor tenia el tamaño justo como para no sentirme asfixiado, y tampoco me llevaba a pensar en que faltaba gente para rellenar el espacio. La cantidad de botones a mi derecha parecía infinita y no tenía idea de a que piso ir. Comencé a probar opciones al azar. En algunos pisos, la puerta se abría y lograba reconocer al instante que ahí no era donde debía estar, así que volvía a ingresar al ascensor e intentaba nuevamente con otro piso. El hecho de que un ascensor fuera mi lugar seguro me preocupaba bastante, siempre les había tenido miedo. Seguí intentado dar con el piso correcto. En algunos tenía que bajarme a investigar, a ver si algo me resultaba familiar y, cuando me rendía a la idea de que por más que quisiera, ese no era mi lugar, volvía al ascensor a seguir intentando.
En un momento dejé de tocar botones y me senté, cansado y decepcionado. Confiaba en que alguien llamaría desde algún piso y, por esas cosas inexplicables de la vida, yo llegaría a donde tenía que estar. Pero pasaba el tiempo y el ascensor no se movía, no había nadie que pudiera decidir por mí. Cerré los ojos y acepté que quizás no sabía a donde tenía que ir y, por ende, quizás jamás llegaría. Quise volver al primer piso pero ya no existían esos botones, no podía volver al punto de partida; estaba obligado a quedarme encerrado o avanzar. Me sentía frustrado y enojado.  Abrí los ojos, decidido a seguir intentando llegar a algún lado y me di cuenta de que el botón del piso 7 me llamaba la atención, mucho más que los demás botones. Lo presioné y apenas se abrió la puerta me di cuenta de que algo me esperaba en ese piso.
Había demasiadas puertas, todas distintas, y yo no sabía a donde tocar ni que preguntar. Intenté armar un plan, un recorrido, pero no sabía que criterio usar. Así que finalmente toqué la primera puerta a mi izquierda. Me preguntaron que quería, pero no me dieron tiempo a explicar antes de cerrarme la puerta en la cara. Seguí intentando, en la segunda puerta no había nadie. En la tercera, me dejaron pasar. Me sorprendió su amabilidad, me contaron sobre sus vidas y sobre como me podrían ayudar, me transmitieron tranquilidad. Sin embargo, yo allí no tenía que estar, así que les agradecí y volví a intentar con las puertas que quedaban. Así recorrí una gran cantidad de espacios, pero fue en uno de esos espacios que me miraron a los ojos y entendí que ahí debía estar. Ellos habían pasado por lo mismo, se habían encontrado en aquella habitación y ahora, gracias a eso, estaban construyendo un hogar. Me convidaron un vaso de agua y una charla honesta sentados en el sillón. Cuando me sentí recuperado, les pedí permiso para salir al balcón y, desde ahí pude ver donde estaba y hacía donde quería ir; apareció cierta perspectiva y, después de agradecerles, me fui. Les agradecí por no dejarme solo pero no prometí volver, aunque siempre voy a recordar el camino por si acaso. Ellos lo entendieron y me mostraron una escalera de emergencia para que encontrara la salida. Cuando logré salir del edificio, este ya no me parecía tan alto y el ascensor ya no me daba miedo. Sin embargo, sabía que ya no me correspondía seguir ahí. Así que me fui, tranquilo, a buscar una casita cerca del mar. Un lugar para ver los atardeceres y que el agua me enseñe a soltar.


Por lo menos, hasta que me toque habitar un nuevo edificio.

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