¿Cómo es tu nombre? Y… ¿De dónde sos?

No importa el idioma o el lugar, cuando se trata de un encuentro internacional, las mismas preguntas suelen dar inicio a la conversación. El nombre y la nacionalidad parecen ser los datos más relevantes para identificar a alguien.

Hasta hace un tiempo, esto me molestaba. Me parecía muy reduccionista el hecho de querer definir a una persona en base estas dos características. ¿Realmente podemos conocer a alguien a partir de esta información?

El nombre

En el año 2018 tuve la oportunidad de vivir en Estados Unidos y esto dió inicio a un camino de descubrimiento de la carga simbólica que lleva mi primer nombre. En la universidad, cada profesor y compañerx me llamaba usando mi primer nombre: María. Al principio, traté de corregirlxs y explicarles que en Argentina somos tantas las “María algo” que estaba acostumbrada a que me llamen por mi segundo nombre. Pero, era tanta su perplejidad e insistencia que en cierto punto dejé de corregirlxs y me amigué con la idea de ser María. Fue recién en ese momento que empecé a identificar las connotaciones de mi nombre en los diferentes contextos que recorría. Lo mas simple es pensar que “María” puede asociarse rápidamente a la religión católica, pero había algo en la forma en que lo pronunciaban que me hacía pensar en otra cosa diferente y no podía reconocer qué era. Con el tiempo, fui dándome cuenta del carácter latino que representa el nombre “María” en la comunidad de Estados Unidos. “María” como personaje forma parte de canciones, musicales, películas y, múltiples historias. En West Side Story, por ejemplo, hay específicamente una canción titulada “María”. Quienquiera que la escuche, puede reconocer muy fácilmente que alguien que habla inglés no pronuncia “María” de la misma forma que un argentino. No es simplemente una cuestión de fonética distinta, es también darle otra importancia, otro sentido. “María” está atravesada por una multiplicidad de cargas simbólicas que se vienen acumulado hace años.
De repente, me encontré con mi nombre pronunciado desde otra mirada y haciendo referencia a una identidad que yo nunca había sentido propia. Nunca antes me había sentido tan latina como cuando alguien de Estados Unidos pronunciaba María.
Unos años después, tuve la oportunidad de viajar a Francia durante una Navidad, y allí, me llevé la sorpresa de que el nombre que resultaba llamativo ya no era “María” sino, mi segundo nombre: Noel. “Noël” significa “navidad” en francés. Descubrir ese dato me permitió entender porque veía mi nombre en cada cartel que me cruzaba en la calle y porque les resultaba tan gracioso a las personas francoparlantes con quienes conversaba. María dejó de tener tanto protagonismo y fui encontrando otras sensaciones que acompañaban a quienes me llamaban.

Creo firmemente que todo tiene su razón de ser, y si no la tiene, se la inventamos, es por eso que considero que cualquier experiencia que vivimos nos enseña aspectos de nosotrxs mismxs. En los viajes se da una fusión extraña entre conocernos mientras conocemos las costumbres y personas de otro lugar. Quizás no sea solo en los viajes sino en la vida misma, pero en los viajes nos encontramos en un profundo proceso de (auto)descubrimiento; todo lo que nos rodea nos enseña algo sobre lo que somos.
Viajar a Estados Unidos me llevó a hacerme cargo de mi identidad latina y presentarme como María con orgullo y, en Francia se agregaron nuevos significados a mi nombre. Creo que todavía me quedan cosas por descubrir. Se van creando (o vamos descubriendo) distintos niveles de nuestra identidad, la cual se compone de infinidad de aspectos y solo desde la mirada de un otro, podemos empezar a verlos.

La nacionalidad

Un nombre ya puede dar indicios de nuestra nacionalidad y el país dónde nacemos suele ser un gran componente de nuestra identidad. Nuestras experiencias están marcadas por este primer entorno en el cual nos desarrollamos, pero incluso luego de mudarse a otro país, se sigue manteniendo la nacionalidad oficial como una de las primeras respuestas a la pregunta sobre la identidad. Después, comienzan las aclaraciones, y allí se empieza a materializar la relación que tenemos con nuestro país de origen. Se nota el orgullo en la voz, o se siente la vergüenza, se manifiestan las dudas, también las inseguridades e incluso aquello que extrañamos si estamos lejos. Una pregunta tan simple puede derivar en múltiples respuestas porque estas, no solo dan cuenta de nuestra identidad y de la relación que mantenemos con nuestro país, sino que también habilitan la aparición de aquellos estereotipos que la otra persona asocia con nuestra cultura, o incluso de aquellas ideas que nosotros creemos que la otra persona asume en base a nuestra nacionalidad.
Muchas veces, las personas se agrupan de acuerdo a la variable de la nacionalidad porque esto parece indicar que comparten una misma cultura. Pero la realidad es que, en un mismo país encontramos diversas agrupaciones culturales e incluso dos personas del mismo grupo pueden tener visiones de la vida completamente distintas.
Nunca me sentí identificada con las primeras respuestas que aparecen cuando digo que soy Argentina; la mayoría de las veces se asocia al fútbol, Messi, Maradona, y a la carne (para no mencionar las veces que me hicieron algún comentario en relación a algún tipo de droga). Los estereotipos suelen ser muy reduccionistas e incluso racistas pero muchas veces permiten ubicar un lugar en el mapa. ¿Alguna vez notaste algún prejuicio cuándo alguien te dijo de dónde venía? Una de mis profesoras decía que sería poco útil negar que muchos prejuicios existen, justamente porque estamos acostumbrados a juzgar en base a estereotipos. Ella sostenía que lo importante no era negarlos, sino reconocer el prejuicio para poder eliminarlo y abrirnos a conocer a una persona. Salirnos de lo general, de "lo que me dijeron", lo que creo, para entrar en lo subjetivo de lo que cada persona es.

Solamente dos variables como el nombre y la nacionalidad abren un universo de conceptos y niveles que hacen a cada persona. Por mucho que se intente generalizar para conocer, los aspectos que realmente cuentan, están en lo subjetivo y particular de cada ser humano. Las preguntas por el nombre y la nacionalidad no deberían ser relevantes solo por la respuesta que se da sino también por la relación que ambas personas tienen con respecto a esa respuesta. Lo importante no es la respuesta en si misma, sino las emociones, sensaciones, pensamientos y nuevas preguntas que surgen a raíz de esa respuesta. Es abrir una puerta a las múltiples dimensiones que hacen a alguien ser quien es, pero también es interpelarnos a nosotrxs mismxs frente a ese alguien y frente a nuestra identidad.

¿Cómo habitás tu nombre y tu nacionalidad? ¿Qué te genera presentarte frente a otrxs? ¿De qué aspectos te avergonzás o enorgullecés? ¿Cúales identificás que te hacen ser la persona que sos hoy?

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