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Los esquís ocupando el poco espacio libre en la habitación y la ropa tirada encima de todo. El orden no era la característica adecuada para describir la escena pero tampoco era un problema en esa ocasión; no era lo importante, a ambos les daba igual. Se cambiaron rápido y dejaron la habitación para aprovechar el día.

Ya dejaron preparada una bolsa con comida, que quedaría en el mismo lugar hasta la hora de la cena,  y unas cervezas enfriándose en el balcón esperando a la celebración de esa noche.

Habían pasado los años y la vida seguía reuniéndolos.

Se conocían desde hace más de una década pero vivían en diferentes continentes; por eso, cada año elegían un lugar distinto para celebrar la amistad. Habían llegado a un punto de sus vidas en el que podían permitírselo. Después de mucho tiempo de anhelar el próximo reencuentro sin planes concretos, ahora ellos decidían la fecha de cada reunión.
Y así, cada año comprobaban que el tiempo sin verse dejaba de ser un parámetro para medir la intensidad de una amistad. Cada reencuentro era un nuevo capítulo, una oportunidad de vivir experiencias memorables. Seguían compartiendo la conexión de siempre, más allá de las circunstancias. Y cada viaje les presenta una nueva versión, que se iba modificando a través de los años pero nunca deja de mantener la esencia.

Algunas amistades tienen eso inexplicable. No exigen condiciones; cada uno se presenta cuando puede y cómo puede. Todo funciona porque existe la intención de estar ahí. De acompañar al otro en lo que necesite. De hacerse presente incluso cuando la distancia no lo permite.

Hay amigos que logran navegar nuestra profundidad y salir a la superficie sin problemas. Reírse a carcajadas por algo tonto y, así también, hacer las preguntas más difíciles.

Dicen que a las amistades hay que regarlas cada día, pero hay algunas que crecen solas como yuyos. Nadie sabe de dónde salen ni se pregunta cuál es la mejor forma de mantenerlas. Permanecen latentes, atentas a las posibilidades de compartirse con el otro. Se sostienen en el tiempo, a veces más activas, a veces en pausa. Pero siempre preparadas para reactivar el mecanismo cuando se presenten las circunstancias apropiadas.

En eso pensaban, mientras se tomaban la birra en el balcón. Envueltos en abrigos, mirando las estrellas. Frente a ellos, la pista de ski se mostraba imponente, ya vacía para esa hora. Y se preguntaban cuál sería el próximo destino que los volvería a juntar y quienes serían para ese entonces.

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