Palabras de jueves

- Te puedo pedir un cappuccino, por favor?

Todavía me quedaba una hora para la cena y me metí en el café más cercano que encontré. Había mucho ruido y yo, sentada en la barra, podía escuchar las discusiones de los mozos que no daban a basto. Aparentemente había un evento en la sala contigua. Me daba intriga saber de que se trataba pero el pensamiento de la taza de café caliente le ganaba a la curiosidad. Saqué mi libro para acompañar el momento pero no lograba concentrarme en la página. Volví a leer el primer párrafo de la página varias veces, hasta que dos mujeres empezaron a hablar demasiado alto para ignorarlas. Acababan de entrar y estaban vestidas de negro, una de ellas, con los labios pintados de un rojo intenso. Tenían aviones de papel pegados a toda la ropa y sostenían hojas que nadie sabía que contenían. 

Aparentemente, era la “noche de las lecturas” y las recién llegadas venían a compartir relatos. Cerré mi libro, interesada en las historias que quizás empezarían a contar, y traté de descifrar la modalidad de esta iniciativa de la cual no estaba enterada hasta el momento.


Se acercó una lectora, y después de pedir autorización, comenzó a leer un texto a quiénes estábamos en la barra.

Las ví pasar mesa por mesa, intercalando relatos propios con historias de escritoras cordobesas. Lo que más llamó mi atención fue el canal de los susurros. La narradoras caminaban entre las sillas con un largo tubo de cartón a través del cual leían poemas en el oído de cada persona interesada. No tenían miedo de leer textos controversiales y los oyentes estaban abiertos a la experiencia que estas visitantes inesperadas quisieran proponer. Se acercaban mucho a mesas con familias o amigos. Como yo estaba sola, intentaba disimuladamente unirme a la escucha de otros grupos cercanos.

A medida que pasaba el tiempo, la gente comenzó a retirarse y yo en algún momento tomé la misma decisión. Me levanté pero una de las protagonistas de la noche me ofreció dos últimos relatos, uno susurrado y uno leído, antes de partir. De repente, compartíamos un momento de intimidad en el que ella me leía un poema a metros de distancia.

No es tarea fácil leer para otros. Implica exponerse y mostrarse vulnerable frente a otro.

El segundo relato fue uno propio. Uno fuerte. Intimo y personal. Y fue difícil encontrar la respuesta correcta aunque no sé si esta existía.

El café se iba vaciando y los mozos respiraban un poco mas tranquilos.

A las 20:00 hs. me levanté y me fuí.

Y me quedé pensando… En la curiosa situación que acababa de vivir.

Nada unía a las personas presentes en ese negocio, sin embargo, todos estábamos interesados en escuchar un mismo relato. Se generó un ambiente de complicidad, como dos personas que comparten un mismo secreto.

Las palabras volaron como los aviones de papel y llegaron a donde debían aterrizar.

Todo se dió de forma natural. Los relatos eran fuertes y subjetivos, pero a nadie se le ocurrió cuestionar lo que otro quería compartir. Se intercambiaron palabras y silencios. Historias y reflexiones. Y cuando llegó el momento, cada quién se fue yendo así como llegó.

Nunca sabemos a donde llegan las reflexiones que dejamos en papel. Subestimamos el efecto de nuestras palabras en el otro y la posibilidad de poder contar una historia propia o ajena. Las ideas se comparten y nos alcanzan en cualquier momento, en cualquier lugar, incluso aunque no las estemos esperando.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Prólogo a la estadía

108

Refugio y herejía