El último párrafo

James Baldwin una vez dijo

“Crees que tu dolor y tu angustia no tienen precedentes en la historia del mundo, pero luego lees.”

Y esa frase me quedó grabada en la mente.

Me gusta leer, siento que es una forma de vivir infinitas vidas que, por una razón u otra, no estamos viviendo. Sin embargo, no siempre me detengo a pensar sobre el valor que tienen los libros para conectar con aquello que si llegamos a experimentar.

En la página 204 de su libro El final de la historia, Lydia Davis escribe:

“No sabía si escribía tanto sobre él porque había superado el dolor, o si escribía para intentar superarlo. No distinguía entre lo que escribía por rabia y lo que escribía por amor.”

Y, mientras leía este párrafo, así como tantos otros, me ví a misma, escribiendo en el cuaderno que él me regaló, relatando una historia especial que no terminó como esperaba. Me ví a misma, feliz y enamorada, y también me ví tratando de salir del pozo más profundo en el que caí. No ví a Lydia Davis, a pesar de ya haber leído unas doscientas páginas de su intimidad. O sí la ví, pero me ví reflejada a mí misma de tal forma que no podía distinguir entre aquello que pertenecía a mi historía y aquello que no me correspondía.

Ahí en ese momento de confusión e identificación profunda entendí las palabras de James Baldwin.

La tristeza tiende a lograr que uno se sienta sólo, aislado. Sentimos que nadie llega a comprender el dolor tan profundo que estamos sintiendo. Nadie vivió exactamente lo mismo, nadie entiende qué está sucediendo en nuestro cuerpo. Sin embargo, es probable que alguien muchos años atrás (o quizás no tantos) ya haya relatado algo muy similar a lo que estamos viviendo.

Tendemos a pensarnos como individuos y nos olvidamos de ser sujetos. Sujetos a un tiempo y a un espacio que se construyen a través de una narrativa que nos incluye a todos los seres humanos.

Las personas contamos historias desde tiempos inmemoriales. Lo hacemos para transmitir una cultura, para enseñar, para expresar sentimientos, para mantener vivas a personas y circunstancias e, incluso, para no sentirnos solos. Para sentirnos parte de algo más grande. Para qué, aunque a veces nos encerremos en nosotros mismos, podamos salir y casualmente, encontrarnos con un otro que vivió el mismo encierro.

Una tiene que vivir etapas y cada momento tiene sus desafíos. Pero es un buen recurso el tener presente que un libro, un cuento, un poema o cualquier tipo de relato, puede ofrecernos una mano de alguien que ya vivió lo que nos está atravesando en este momento.

Lydia Davis empieza su libro hablando mucho sobre Vincent, sobre lo que este hace o deja de hacer. Pero termina su relato narrando el proceso que ella realiza para salir de esta relación. El ritual para dar cierre a lo que fue y ya no es más. Da pistas del camino sinuoso hasta dejar de ver ese fantasma en cada decisión diaria. No al estilo libro de autoayuda, sino contando la más cruda verdad sobre el proceso, con incoherencias y todo. Incluye y excluye partes del relato, duda de sus propios recuerdos, incluye al lector en sus dudas y procesos, y eso lo hace realista, y permite sentirse identificado.

El camino hay que transitarlo y cada uno lo hace a su ritmo, pero consuela saber que cada vez que miremos al costado, vamos a poder encontrar alguien experimentado, que ya dudó en las mismas intersecciones, y que ya se agotó y necesitó hacer las mismas paradas. Pero, sobre todo, es importante saber, que siempre que lo necesitemos, va a haber una historia que hace referencia a los paisajes que se llegan a difrutar al final del camino, o incluso más importante, durante el recorrido.



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