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Cada prenda había sido pensada con días de anticipación. El vestido color beige con lunares negros y la cartera de perlas que hacía juego. Una cinta negra para atarse el pelo y los zapatos taco aguja que sólo usaba para ocasiones especiales.

Lo había preparado todo y estaba lista para recibir halagos esa noche. Tanto esfuerzo por fin estaba dando sus frutos. Podía permitirse la vida que siempre había soñado pero nunca pensó que fuera a hacerse realidad.

El neceser fucsia con detalles dorados contenía todo lo necesario para un maquillaje sutil y elegante que ya tenía pensado. Todo estaba preparado.

Ella era la estrella. El centro de su mundo. Sabía que el resto debía disponerse de acuerdo a lo que ella ordenara. No le interesaba la extravagancia o arrogancia de recalcar su lugar. Pero, sí quería el espacio para ser ella.

No pretendía ser alguien que no era. Sólo esperaba tener la oportunidad de brillar.

Había aprendido a la fuerza que vivimos en un mundo en el que hay que comprar el espacio para la autenticidad. Ser uno mismo puede salir caro.

Lo que no vió venir, fue el sentimiento de soledad que la invadió y no la dejó salir de su cuarto esa noche.

Ahí entendió que no había podido comprar todo lo que estaba en la lista.

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