315

Abre la puerta una niña de no más de 3 años que nos invita a pasar. Desde el fondo de la habitación, vienen corriendo sus hermanos, apoyando la invitación y la niñera a cargo, sin saber muy bien cómo reaccionar, se acopla a la voluntad general.

Pasamos.

Las galletas y caramelos son el denominador común en cada parte de la habitación. Todas las sábanas están sucias y el piso tiene una alfombra de papeles que nunca llegaron a la basura; incluso hay paquetes sin terminar.

Tardamos más de lo pensado.

Al día siguiente, la familia se va pero deja mucha evidencia de su paso por la habitación.

Comida, ropa, objetos, todo queda desparramado por los rincones. Las toallas y sábanas manchadas, platos sucios por doquier.

Tardamos más de lo planeado. Pero 40 minutos después, la habitación no revelaba ningún indicio de todo lo sucedido. Estaba perfectamente limpia y ordenada, preparada para alojar a una nueva familia.

Y me hizo pensar en la vida…

En cómo hay personas que llegan y hacen más desorden del esperado. Y luego, se van.

Y a veces, restablecer el orden tarda más tiempo del previsto.

En ocasiones, incluso tenemos que cambiar cosas de lugar. Limpiar todo lo que quedó sucio. Volver a acondicionar el espacio acorde a las circunstancias, y eso, puede demorar más de lo pensado.

Pero en algún punto, todo estará ordenado y listo para recibir a un nuevo huésped.

Uno que, con suerte, no deje tanto desorden al salir. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

Prólogo a la estadía

108

Refugio y herejía